“Pues todo ese deseo sé que no
echará raíces”.
Otro perfume de hablar, Sesi García.
A veces querría reinventar mi piel y decir: aquí vive mi amor. Mi único amor que es, tras muchos años, una nostalgia de geografía infinita. La aceptación de todo mi yo sin un ápice de falsa modestia; el dolor es un laberinto terrible que lo inunda todo y a la vez lo sublima. Somos algo desagradable golpeado una y otra vez por una carcajada sórdida e hilarante que nos hace compañía, que es la única verdad de la existencia: el hacerse estatua de látex. Tierna y achuchable. En ocasiones me pregunto si la imagen que toco con las yemas de mis dedos sobre el cristal es capaz de advertir la caricia que denoto o si afirma mi identidad desnuda. Sin ningún tipo de pretensión, me desvisto y creo imaginar que ahora me estás pensando como Dios me trajo al mundo, tumbada y fría, sobre una cama de tantos centímetros que apenas te alcance la vista para percibir alguna de las curvas que deforman mi cuerpo y se proyectan contra la pared mientras veo algún telefilm en la noche. Insistirás para que veamos aquella película que deseas ver tanto y tan poco mientras hacemos el amor y se duplica la intensidad del juego de sombras. Siempre quise verla primero yo, mi hábito ha creado una visión interesada en ti, y es hermoso. Ahora me meteré en la ducha y me restregaré con saña hasta herir aquellas partes sensibles que besas, muy de vez en cuando, a no ser que me resbale y mi cabeza emita el sonido más bello contra la cerámica de la bañera. Se abrirá el grifo del agua y se mezclará con una sangre a borbotones que cubrirá unos labios deseados al borde de la fantasía paranoica. Pero no, esto no ocurrirá. Y apaga el televisor de una vez. Deseo dormir. Dormir para siempre. Abrázame por detrás y pega tu respiración a mi cuello. La noche es larga y quisiera sentir que vives. Te quiero porque tú nunca hablas de lo indómito del tiempo, de la vaguedad del amor y de lo estúpido que resulta el sexo una vez explicado. Se pervertiría la comprensión y las conciencias chapotearían en alguna sustancia que no preguntaré “¿de qué se trata?” por lo grosero de mi impertinencia, que es siempre preciosa.

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